Enrique Gómez Carrillo
1873- 1927
Fue llamado el “Príncipe de
los cronistas” el “Eterno viajero”
nació en la ciudad de Guatemala el 27 de
febrero de 1873, vivió su infancia en Santa Tecla (El Salvador) y la mayor
parte de su existencia en París. Su nombre abrió las fronteras de la Patria, su
cosmopolitismo hizo plasmar las más bellas páginas abriendo el cortinaje de
figuras y formas.
Después de
estudios caóticos donde primó su rebeldía, empezó desde muy temprano, como era
usual entre los precoces modernistas, a colaborar en diarios de su país natal. Sus
primeros artículos aparecieron en el Imparcial, después es redactor de la
Opinión Nacional y gracias al poeta Rubén Darío, director del Correo de la
Tarde, desarrollo sus cualidades de cronista bajo su tutela.
Rubén Darío recuerda en su
Autobiografía que en ese entonces “tenía varios colaboradores literarios para
mi periódico, entre los cuales un jovencito de ojos brillantes y cara sensual,
dorada del sol de trópico, se hizo entonces de sus primeras armas” en referencia a nuestro cronista.
Por recomendación de Darío
fue becado por el gobierno Manuel Lisandro Barrillas para que se instalara en
España e hiciera propaganda en los diarios a favor de su país natal. En enero
de 1891 llegó al puerto francés de Le Havhare y se trasladó a París quedando
seducido por la urbe literaria, como diría Pio Baroja, la carrera de
“rastacuero clásico” que llega a la ciudad de Baudelaire y Verlaine en la
última década del siglo XIX para vivir la bohemia contada por Murguer y otros novelistas
decimonónicos.
Fecundo escritor, publicó
más de ochenta libros y aproximadamente tres mil crónicas, convirtiéndose así,
en el escritor iberoamericano más leído de su tiempo. Entre sus crónicas de viaje están: La Rusia actual (1906) Grecia
(1908) Fez la andaluza (1926) y de guerra, Campos de batalla y campos de
ruina (1921) y En las trincheras (1922) Como crítico literario y de
arte escribió, Sensaciones de arte (1895) El
Modernismo (1905) Las cien obras maestras de la literatura universal (1926)
La nueva literatura francesa (1927) El alma encantadura de París (1902), El
Japón heroico y galante (1912), La sonrisa de la esfinge (1913), Jerusalén y la
Tierra Santa (1914), El Encanto de Buenos Aires (1914) y Vistas
de Europa (1919)
En 1892 publicó su primer
libro Esquisses (Esbozos), obra que meritó ser comentada por el
crítico español Leopoldo Alas (Clarín) También publicó Las tres novelas inmorales: del
amor, del dolor y del vicio (1920) El
evangelio del amor (1922) su novela más representativa, Bohemia
Sentimental (1899) y Maravillas (1899) modificada en 1922.
Colaboró en importantes
diarios y revistas de España, París e Hispanoamérica. Dirigió el diario El
Liberal de España (1916-1917) fue director
de El Nuevo Mercurio (1907), la revista de Modernismo y Cosmopólis (1919-1921)
la revista de literatura y crítica para América y España.
En 1906 la Academia Francesa
le concedió el premio Montyon por la traducción al francés de su obra El
alma japonesa y por segunda vez, en 1917, por la traducción de En el
corazón de la tragedia. En 1906 el gobierno de Francia lo nombra Caballero
de la Legión de Honor y posteriormente Comendador.
Murió en París el 29 de
noviembre de 1927. Sus restos se encuentran en el cementerio de hombres
célebres, Pére Lachaise, en París. En 1966, el Alcalde de la Ciudad de
Guatemala, Ramiro Ponce Monroy, cambio el nombre del Parque Concordia por el de
Parque Enrique Gómez Carrillo, en donde se colocó su busto, en bronce, obra del
escultor guatemalteco Rodolfo Galeotti Torres.
Lo bohemio y burgués en la Bohemia Sentimental de
Enrique Gómez Carrillo.
Enrique Gómez Carrillo en su
Bohemia Sentimental el tema del escritor empobrecido que no tiene otra
alternativa que la de recurrir a un rico mecenas aburguesado a vender su
trabajo. En cada línea el lector conoce a través de las impresiones de Gómez
Carrillo las peripecias que afrontan los artistas que llegaban a París con la
intención de vivir de la bohemia y de promocionar sus obras literarias. En la
novela prevalece el ambiente bohemio y juvenil: “se habla de juventud, de
bohemia y de bohemios, de chicas alegres que se enamoran de los amigos de sus
amantes; de poetas de veinte años que tienen apetito y que no por eso pierden
el buen humor; de esperanzas y desesperanzas, de todo lo que constituye, en
fin, el carácter pintoresco de la vida literaria”.
El mismo Gómez Carrillo nos
dice que Bohemia Sentimental es: “la novela de mi bohemia y de mi París” como
resultado de esas palabras se descubre en el texto el reflejo de las lecturas
de juventud de nuestro autor en especial las Scénes de la vie de boheme de Henri Murger. Sobre este
aspecto, Aroldo Solórzano en su ensayo “La bohemia triunfante de Enrique Gómez
Carrillo” comenta:
“Este libro tuvo profunda
influencia durante las últimas décadas del siglo XIX, no solamente en nuestro
escritor, sino en toda una generación de artistas europeos y americanos,
quienes se lanzaron en hordas a las grandes urbes para emular las peripecias de
los personajes murgerianos” (213)
Por eso no es de extrañar
que Luciano Gramont nuestro personaje protagonista de Bohemia Sentimental, nos
recuerda al propio Murger que tras la muerte de su madre inicia una vida
desordenada. El escritor francés para subsistir en el Barrio Latino tuvo que
emplearse como redactor de artículos que apenas le daban ganancias para mal
vivir. Al respecto, José Luis García Martín en su edición de En plena bohemia
de Enrique Gómez Carrillo, señala que la bohemia ha sido un tópico literario
recurrente antes y después de Henri Murger. Por esa razón, hay que volver a
apuntar que Enrique Gómez Carrillo arribó a París con las lecturas de Murger y
de otros autores franceses. Fue precisamente en el libro de Murger que leyó
sobre la odisea de cuatro jóvenes bohemios que formaron un círculo al margen de la sociedad burguesa que cobraba
cada vez más fuerza. En las páginas de Scènes de la vie de bohème acompañó en
sus aventuras al poeta-dramaturgo Rodolphe, al pintor Marcel, al músico
Schaunard y al filósofo Colline. Enrique Gómez Carrillo se identificó con sus
vidas miserables y pensó que a su llegada a París retomaría las andanzas de sus
inseparables amigos de ficción. Por lo tanto, realidad y ficción conformaron
una dualidad sin líneas divisorias en la mentalidad de nuestro autor.
Como ya señalamos, los
textos que absorbió en su juventud lo llevaron a idealizar la Ciudad Luz
viéndola a través del prisma de la literatura. Entonces, cuando se reúne con
otros guatemaltecos estudiantes de Medicina que vivían en París y no comparten
con él la existencia de la bohemia, se molesta al grado de argumentar: “— Si
esto es París, si esto es el Barrio Latino –les decía−, los libros me han
engañado. Yo no veo sino aburrimiento, pedanterías, miserias ambiciosas,
sordidez pretensiosa, egoísmo pequeño… No he visto aún una escena alegre, no he
oído aún una risa loca en tales asambleas.” (Treinta años de mi vida 163).
Por supuesto, no es de
extrañar que esas palabras dejaron un mal sabor en el guatemalteco porque es un
primer choque con las opiniones un tanto estereotipadas que tienen los
burgueses. Sin embargo, no sólo renegaban de la bohemia los estudiantes de
Medicina, el nicaragüense Rubén Darío, que en un tiempo era fiel admirador de
la bohemia llegó a ofenderse si lo llamaban bohemio. Lo mismo sucedió, según
José Luis García Martín, con los españoles Pío Baroja, Julio Camba y Melchor de
Almagro San Martín que negaban la existencia de la llamada bohemia. Sobre Rubén
Darío, Gómez Carrillo lo cita en la dedicatoria de Bohemia sentimental:
“¡Bohemio yo! — gritaba con tono fiero el autor de Azul. ¡Pues no faltaba más!
Los bohemios no existen ya sino en las cárceles o en los hospitales…En nuestra
época, los literatos deben llevar guantes blancos botas de charol porque el arte moderno es una
aristocracia”.
Enrique Gómez Carrillo en su
crónica “La bohemia eterna” que aparece en El primer libro de las crónicas
habla de Henri Murger, de su novela, de los personajes y del impacto que este
libro tenía en los burgueses:
Y los burgueses parisienses,
que siempre han tenido por aquel librito
inofensivo un horror sin límites, se preguntan con gran inquietud
si esta resurrección literaria que viene
después de las moratorias es un signo
de los tiempos y si la moda de no pagar al casero va a volver… Porque en el fondo, el único pecado mortal
contra la sociedad que cometen los Marcelos, los Rodolfos, los Colines y los
Schaunard se reduce a no pagar las
deudas.” (Antología de Enrique Gómez Carrillo
111).
Con estas palabras queda
establecido el rechazo por parte del guatemalteco a los prejuicios burgueses.
Individuos que atacaban con su retórica estridente a los artistas y literatos
acusándolos de vagos. Además, en esa crónica reiteradamente Gómez Carrillo
afirma que “la obra pecaminosa de Murger” (111) disgustaba a la burguesía. Ese
comentario un tanto irónico demuestra la inclinación del príncipe de la crónica
a favor de Murger y, su férrea oposición a las falsas ideas burguesas. No
obstante, hay varios estudiosos de la obra de Enrique Gómez Carrillo entre
ellos Christián H. Ricci, que opina que la bohemia del guatemalteco era una
acomodaticia. El Catedrático Asociado de
la Universidad de California asevera que aunque en su juventud el cronista
vivió “una bohemia libresca-mürgueriana” (“La miseria de Madrid del
guatemalteco… 81) era una bohemia al estilo de un “Rey Burgués” porque fue:
“subvencionada por la pensión que regularmente recibía primero de Rafael
Barillas y luego de Estrada Cabrera (El señor presidente de Miguel Asturias);
una bohemia que le permitía vivir como un dandy…” (81).
En este trabajo no
pretendemos hacer un análisis profundo sobre la burguesía y sus alcances a
niveles históricos. Sin embargo, vale la pena mencionar que uno de los
preceptos básicos de esta clase social es el poder adquisitivo que el dinero
puede brindar. El filósofo y académico francés Alain de Benoist en su artículo
“El burgués: paradigma del hombre moderno” sostiene que en la clase burguesa es
el dinero el que cobra un papel importante y existe en función de la compra y
venta. Plantea que con la burguesía los valores espirituales se trastocaron y
“La codicia de la ganancia se considera en lo sucesivo una virtud” (43). Como
resultado, mientras más dinero una persona posee, mayores serán las
oportunidades que tendrá de escalar socialmente.
Es por eso que advierte que
el siglo XIX “es la época del burgués grotesco, del que se mofan los
románticos, los artistas, la bohemia” (48). Justamente, eso es lo que hacen los
bohemios de Enrique Gómez Carrillo en Bohemia sentimental, utilizar al burgués,
sacarle dinero y menospreciarlo porque René Durán con todo su poder adquisitivo
no puede comprar el buen gusto. Para Alain de Benoist, el burgués es una
especie de Proteo, de hombre que cambia constantemente
de ideas y afectos; es el nuevo rico al que: “Se le reprocha su culto del
dinero, su gusto por la seguridad, su espíritu reaccionario, su conformismo
intelectual, su falta de gusto” (49). En consecuencia, el burgués será
considerado un: “filisteo, egoísta, mediocre” (49) al que se le tipifica y
caracteriza como: “explotador del pueblo, nuevo rico carente de distinción,
como saciado notable, como satisfecho cretino” (49).
Volviendo al tema de la
bohemia, en el prefacio de Scènes de la vie de bohème Murger plantea que la bohemia es un estado
mental que tiene diversos matices y contextos. En primer lugar, la bohemia
ignorada es según Murger la más numerosa porque está formada por: “los artistas
pobres, fatalmente condenados a la ley del incógnito porque no saben o no
pueden encontrar un rincón de publicidad para atestiguar su existencia en el
arte y por lo que son ya probar lo que podrían ser algún día” (Escenas de la
vida bohemia 12). En esta categoría Murger incluyó a: “los obstinados soñadores
para quien el arte es una fe y no un oficio; gentes entusiastas, convencidas, a
quienes la vista de una obra maestra es suficiente para dar fiebre, y cuyo
corazón leal late agitadamente ante todo lo que es bello, sin preguntar el
nombre del maestro ni de la escuela” (12). Estos bohemios son los promotores
del arte por el arte, los que muchas veces son explotados por los
burgueses.
Eran esos los bohemios que
Enrique Gómez Carrillo anhelaba encontrar en las calles parisinas cuando llega
a París, hacia el 1891, proveniente de Madrid. Manuel Aznar Soler propone en su
ensayo “Bohemia y burguesía en la literatura finisecular” que: “La bohemia como
fenómeno sociológico aparece vinculada a la sociedad romántica francesa y se
desarrolla con fuerza creciente en el París del segundo imperio” (75). Aznar
Soler apunta que El Barrio Latino fue el centro de reuniones de: “la bohemia
artística y literaria europea e hispanoamericana” (75). Como el protagonista de
su Bohemia sentimental, Gómez Carrillo comenzó a acudir a los círculos
artísticos reunidos en los famosos cafés de Montmartre donde se conversaba
sobre literatura y arte. Pero, no fue fácil darse a conocer entre esos grupos
de artistas que en muchas ocasiones eran igual de elitistas que los burgueses.
De su asidua visita a los cafés parisinos Enrique Gómez Carrillo en su crónica
“El último café literario” comenta: “Por mi parte, yo, que era parroquiano del
Calisaya, ya he encontrado, a veinte pasos, el nuevo lugar ideal para pasar ese
par de horas que todos consagramos en París a <<charlar>> el
aperitivo. Porque aquí el vermut, el jerez, el ajenjo, no se beben. Se charlan”
(97).
El escritor Luciano Gramont
en Bohemia sentimental se ha hecho a la idea de que puede triunfar en París y
más aún, que logrará vivir de su literatura: “Lo deseaba con tal ardor, que ni
siquiera se atrevía a esperarlo. ¡Vivir de sus libros, de sus artículos, de sus
poemas, de sus comedias! ¡Escribir día y noche y luego comer! (8). Al igual que
los personajes murguerianos, Luciano Gramont descubre que la realidad es muy
dura y distante de lo que dicen los libros: “Lo que lo amedrentaba era la
situación en que se veía desde que, veinte y cuatro horas antes, habíasele
acabado el dinero que su familia le enviaba cada fin de mes” (3). Conversando
con su amigo Emilio, Luciano acepta que son simplemente dos bohemios sin dinero
y con hambre. Es entonces cuando Emilio le informa que esa tarde van ir a comer
a la casa de un amigo suyo muy rico. Es ésta la primera mención que se hace del
rico burgués René Durán que tiene el dinero suficiente para comprar y pagar el
arte:
— ¡Eureka! Esta tarde vamos
a comer como príncipes, en esa casa que
está allí en la esquina. ¿Tienes apetito? Vamos a comer, te digo. Mira la casa: en ella vive un millonario
amigo mío que almuerza todas las
mañanas, y que cena todas las noches, y que dispone siempre de un portamonedas lleno de piezas de oro, y
que es muy tonto… (Bohemia sentimental
3)
René Durán, tiene dinero
pero carece de talento es por eso que Emilio se burla de él llamándolo tonto:
“— ¡Oh, muy tonto, muy tonto! ¡Pero tan rico! Figúrate que hace apenas dos
meses me dio veinte duros por un soneto que luego he visto publicado con su
firma en varias revistas. Tú debes de conocerle: se llama René Durán y compra
versos... (Bohemia sentimental 4)
Cuando Emilio y Luciano
entran a la casa de René Durán, una vieja criada los lleva a “un saloncillo
amueblado con mucho lujo, pero con poco gusto” (4). Esta es una clara
referencia a que los nuevos burgueses manejan cantidades exorbitantes de dinero
pero aun así, no pueden comprar el buen gusto para decorar sus casas. Fue
precisamente Emilio el que le presentó a René Durán a su amigo Luciano Gramont:
“—Señor Durán: Le traigo a usted a don Luciano Gramont, poeta cuyo nombre ha
llegado, sin duda, a sus oídos, y que deseaba tener el honor de conocer a usted
personalmente. Digo personalmente, porque ya como poeta le conocía y le
admiraba a usted, lo mismo que todo el mundo” (4). Estas palabras le resultan muy halagadoras a
René Durán pero francamente son parte de un discurso que sólo complace al señor
burgués. Aunque parezca risible, nunca antes Luciano había escuchado el nombre
René Durán y mucho menos lo conocía en persona. Irónicamente, René se refiere a
sí mismo como artista y ataca a la burguesía: “−Nosotros, los artistas −decía−,
tenemos el deber sagrado de no escuchar los consejos embrutecedores que nos da
la burguesía. Mirando siempre hacia adelante, encontramos nuestra ruta de
Damasco en la contemplación de nuestros ensueños espléndidos de bohemia” (4-5).
La charla literaria continúa y Luciano se sentía abrumado con todo lo que
escuchaba. Un narrador en tercera persona omnisciente cuenta que: “Luciano se
sentía como sobre ascuas. El aplomo de su amigo que, no teniendo diez céntimos
para comprar un panecillo, invitaba a comer a un millonario, parecíale
criminal, y la actitud de ese señor que compraba sonetos para firmarlos, que
hablaba de arte con frases vacías… figurábasele el colmo del más odiado esnobismo” (5-6).
Durante la conversación,
René menciona que en su casa vive una amiga artista que lo “ayuda a soportar
las tristezas de la vida” (5). Más adelante en la novela, Luciano y Emilio (a
quien llama Luis a partir de la visita que le hacen a René Durán) comentan que
los poetas para subsistir en París tienen que vender su arte y las modelos el
cuerpo. Después de conocer a René Durán, Luciano se juró no volver a pisar su
casa: “Si no fuese porque tengo hambre −pensaba−, me marcharía más corriendo
que andando. Y aun con hambre y todo, creo que me iría, a no ser por ese
desvergonzado de Luis, que ya está aquí como en su casa y que explota la
imbecilidad humana en beneficio de nuestros pobres estómagos”(6). Una de las
cosas que más molesta a Luciano es que René se atreve a autodenominarse
bohemio: “Lo que sí me juro, con más solemnidad de la que nuestro anfitrión
emplea para llamarse a sí mismo bohemio, es que no volveré nunca a entrar en
este ridículo salón. ¡Pues no faltaba más! ¡Ah, no!, de ninguna manera,
¡jamás!...” (6). El aburguesado René quería demostrarle a sus invitados que
vivía de su trabajo por eso: “Increpaba a los editores por lo mal que pagaban y
quejábase amargamente de lo mucho que era necesario producir para vivir con
modestia” (7). Peor aún, René Durán llegaba al límite de la desvergüenza al
indicar lo que ganaban otros escritores: “Zola gana mucho porque más que un
artista es un mercader,… Naná le produjo trescientos mil francos. Ohnet gana
más todavía, pero ése ya es un verdadero tipo de judío explotador, que con
veinte dramas imbéciles, logra amasar una fortuna de diecisiete millones”
(7-8). Fue en el almuerzo que Luciano
Gramont conoce a Violeta de Parma, amiga de René Durán que aspiraba a
convertirse en una de las mejores actrices de teatro. A los quince años,
Violeta había sido modelo de un pintor pero no era famosa. Es entonces cuando
decide sacar ventaja económica del rico burgués: “Así, cuando René Durán le
ofreció, una noche, hacerla entrar en un teatro, creyó ver el cielo abierto
ante sus ojos y figuróse que comenzaba a ser dichosa” (21). Para ella es triste
aceptar que: “Lo que le importaba era que René la hiciese admitir en un teatro,
que le comprase trajes… Lo que le interesaba en él, era el dinero y la
influencia” (23). Continuamente, hay serios roces entre la artista Violeta y el
vanidoso burgués porque: “Él era serio; ella era ligera; él tenía opiniones;
ella no tenía más que fantasías; él amaba el silencio; ella vivía enamorada de
la actividad” (25). Las discrepancias aumentaban porque René se negaba a
aceptar que no tenía talento, que no era un buen escritor. Aparte, para
Violeta, René Durán era simplemente un hombre vulgar pero adinerado.
Cuando Luciano se enfrenta
con la realidad de vivir en la miseria la única opción que tiene es seguir los
consejos de su amigo Luis: “permitir que René Durán firmase con él una de sus
comedias dar, á un señor ridículo, la mitad de su trabajo en cambio de un poco
de protección; someterse, en suma, y comenzar á ser algo comerciante” (14). Con
tristeza, Luciano “… cogió, entre sus papeles, un drama en tres actos, en cuya
portada agregó, después del suyo, el nombre de Durán” (15). Como otros artistas, Luciano no estaba
preparado para lidiar con un grupo social que basaba el éxito en la compra y
venta. En su mayoría, los burgueses eran negociantes y comerciantes a los que
sólo le interesaba incrementar sus arcas económicas. Estos burgueses utilizaban
a los artistas para beneficio propio. Por eso, René Durán está interesado en
una obra de Luciano pero él seguía reacio a entregársela ya que “no quería que
otro firmase su drama, eso nunca… (38).
Continuamente, Luis le
recuerda a Luciano que no tienen dinero para comer y que la única alternativa
es arreglarse con Durán: “¿Qué te importa sacrificar un drama? Hoy me ofreció
darte mil francos en cuanto le entregues el manuscrito y dejarte, luego, todos
los productos de las representaciones” (39). A René, según Luis, sólo le
interesa alcanzar la fama. Luego de pensar en las palabras de Luis y darse
cuenta que sólo tienen diez duros, Luciano se decide a entregarle una obra a su
amigo: “—Aquí está: te lo regalo: tu cobrarás el dinero y me darás de comer
durante algún tiempo. Te doy mi palabra de que si al fin me decido, es por ti,
por no hacerte correr más de casa de Durán a mi casa, porque logres, al fin,
beberte todo un café y comerte un restaurante entero” (40). Después de
confiarle el manuscrito, Luciano pensó en todo lo que iba a hacer con los mil
francos que René Durán le iba a pagar: “Con mil francos se podía, en rigor,
comer mil días, tres años. Sin ir tan lejos, trataría de ser económico, de
vivir algunos meses sin amarguras miserables, almorzando humildemente, pero
almorzando siempre… Y pagaría algunas deudas…” (40). Por unos instantes, Luciano estuvo
fantaseando pero luego vuelve a la realidad cuando recuerda que dividir mil
francos entre él y Luis no alcanzaría para mucho: “Un duro era una fortuna en
ciertos casos; mientras que mil francos, doscientas veces un duro, no bastaban
ni aun para realizar durante un solo día el más modesto ideal de riqueza y
esplendor” (42). Mientras tanto, René Durán se jactaba con sus amigos y quería
celebrar la aparición de su primera obra dramática: “René Durán había invitado
a comer, en un restaurant del Bosque de Bolonia, a algunos de sus amigos… y
deseaba también que su colaborador conociese a los actores que iban a
interpretar su comedia” (42). Para René
Durán, Luciano era su colaborador ya que nadie sabía que era él quien
verdaderamente había escrito la pieza. A su vez, Luciano y su amigo Luis
disfrutaban el espectáculo que ofrecía René para sus amigos con quienes
presumía su ingenio. René, por su parte, conversaba con Luciano y le explicaba
quienes interpretarían los papeles en la obra dramática: “— Verá Ud., decía:
Violeta representará el papel principal y si no se aparta de la ruta que yo le trazo,
conseguirá un éxito sin precedentes…” (47).
Como dato curioso hay que
apuntar que los personajes de ficción de Bohemia sentimental a su vez viven los papeles que interpretan en
el drama
escrito por Luciano. En su obra, éste presenta una situación de bigamia
inconsciente. La heroína llamada Laura, se divorcia de su primer marido y se
casa con un hombre muy elegante. Más tarde, al encontrarse con su ex - marido
descubre que su cerebro: “no se
acostumbra a la idea del divorcio; porque, en el fondo, sigue creyendo que su
marido verdadero es el primero,…” (48). Asimismo, Violeta quien tendrá a su
haber la interpretación de Laura, según avanza la novela se desilusiona del
señor burgués René Durán y termina en los brazos del bohemio Luciano de quien
se enamora perdidamente. Cuando Violeta le pregunta cuál será la impresión que
causará su actuación, Luciano le contesta: “—De usted y de sus nervios. Ayer
fue usted admirable al principio; pero luego se enfrió y volvióse indiferente.
Para interpretar bien a nuestra heroína, es necesario ponerse su piel y su
alma; sentir como ella aunque no sea sino en la escena; ser algo cruel, algo
viciosa y muy apasionada” (89).
Otro de los temas similares
que comparten las novelas Bohemia sentimental y El juego del ángel es la
insatisfacción sexual de las protagonistas.
Violeta Parma es una mujer pasional que continuamente experimenta
estados depresivos porque vive con un hombre frío y calculador que no la
complace emocional ni sexualmente. René Durán está ensimismado en sus deseos de
convertirse en un gran escritor. Para él, Violeta es sólo una compañera con la
que comparte intereses literarios. Cuando Violeta finaliza de leer dos veces la
pieza de Luciano Gramont, va a sentarse en las piernas de Durán y le pregunta
si lo molesta. Muy tranquilo él le contesta: “—No — repuso Durán— no me
molestas; ya sabes que te quiero mucho” (49).
Acto seguido el narrador cuenta que el señor burgués: “…en seguida
comenzó a hablarle de su comedia, de su teatro, de su colaborador, de lo único
que interesaba entonces a su imaginación egoísta” (49). Violeta trata de
seguirle la corriente pero realmente: “Lo que quería en ese momento, no era
charlar de literatura, sino de sí misma y de él” (50). Ella sólo deseaba que “…
la mimasen, que la acariciasen, que la halagasen: necesitaba que le hablaran al
oído, rozándola en la nuca con el aliento fogoso de una boca enamorada;
anhelaba que le dijeran palabras amables y frívolas, que le murmurasen
diminutivos deliciosamente disparatados” (50). Eróticamente el narrador añade:
“Una humedad muy leve, imperceptible casi al tacto y que ella sentía empero con
gran intensidad ablandaba su piel” (50). Entonces le pide a René: “vamos á
acostarnos” (50) a lo que éste tranquilamente contesta: “—Acuéstate tú porque yo
tengo aún que escribir algunas cartas… anda…” (50). Su respuesta fue como si le arrojaran un
recipiente de agua fría al cuerpo. Violeta se sintió humillada y pensó que
estaba mendigando unas míseras caricias, el narrador relata: “Ante tal
respuesta, el cuerpo largo y flexible de la actriz irguióse en un movimiento
rápido, y sus ojos, variables como las piedras de la luna, tornárnose verdes.
Era la primera vez que se sentía humillada ó, por lo menos, era la primera vez
que ella misma provocaba inocentemente la humillación” (51). Lamentablemente,
Violeta tiene que reprimir su sexualidad y para dominar “la bestia que latía en
sus arterias” (52) ingiere éter, como anestésico, para poder caer en un estado de somnolencia y
olvidar así la vergüenza a la que había sido sometida por su pareja.
En conclusión, desde la óptica de una mujer que vive en
el siglo XXI, puedo afirmar que Enrique Gómez Carrillo con sus crónicas de
viaje, de moda, con sus novelas y cuentos, con sus artículos periodísticos
seguirá fascinando a todos los que nos hemos dado a la tarea de escudriñar cada
uno de sus escritos. Y es que resulta
apasionante saber que en sus andanzas parisinas compartió bohemia con el
francés Gaston Leroux, autor de Le Faontôme del’Opéra (El fantasma de la
Ópera). Que coincidió con los españoles Manuel Machado y Alejandro Sawa, el
príncipe de la bohemia, el Max Estrella de Valle Inclán. Que entre sus
vivencias, recorrió los cafés de Montmartre, disfrutó de los espectáculos de
las bailarinas del Moulin Rouge y de los carteles originales de Toulousse
Lautrec.
Información reunida por:
Margarita Carpio Alarcon
Referencias:
Aznar Soler, Manuel.
“Bohemia y burguesía en la literatura finisecular”. Historia y crítica de la literatura española: Modernismo
y 98. Barcelona: Grupo
GrijalboMondadori, 1994.
Benoist, Alain de. “El
burgués: paradigma del hombre moderno”. Trad. Gabriel Morante.
www.manifiesto.org. p. 41-60.
Gómez Carrillo, Enrique.
Bohemia sentimental. 1899. París: Librería Americana, 1902.
---. En plena bohemia. Ed. José Luis García
Martín. Gijón: Llibros del Pexe, 1999.
---. “El último café
literario”. Antología de Enrique Gómez Carrillo. Guatemala: Artemis Edinter,
2004, 97-109.
---. “La bohemia eterna”.
Antología de Enrique Gómez Carrillo. Guatemala: Artemis Edinter, 2004, 111-125.
Ricci, Christián H. “La
miseria de Madrid del guatemalteco Enrique Gómez Carrillo: esperpento, dandismo y bohemia”.
http://bama.ua.edu, p.71-93.
Solórzano, Aroldo. “La
bohemia triunfante de Enrique Gómez Carrillo”. Cultura de Guatemala. Año XXVII, volumen III,
septiembre-diciembre 2006. p. 213-229.
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