viernes, 21 de octubre de 2016

Enrique Gómez Carrillo


Enrique Gómez Carrillo

1873- 1927


Fue llamado el “Príncipe de los cronistas”  el “Eterno viajero” nació  en la ciudad de Guatemala el 27 de febrero de 1873, vivió su infancia en Santa Tecla (El Salvador) y la mayor parte de su existencia en París. Su nombre abrió las fronteras de la Patria, su cosmopolitismo hizo plasmar las más bellas páginas abriendo el cortinaje de figuras y formas.

Después de estudios caóticos donde primó su rebeldía, empezó desde muy temprano, como era usual entre los precoces modernistas, a colaborar en diarios de su país natal. Sus primeros artículos aparecieron en el Imparcial, después es redactor de la Opinión Nacional y gracias al poeta Rubén Darío, director del Correo de la Tarde, desarrollo sus cualidades de cronista bajo su tutela.

Rubén Darío recuerda en su Autobiografía que en ese entonces “tenía varios colaboradores literarios para mi periódico, entre los cuales un jovencito de ojos brillantes y cara sensual, dorada del sol de trópico, se hizo entonces de sus primeras armasen referencia a nuestro cronista.

Por recomendación de Darío fue becado por el gobierno Manuel Lisandro Barrillas para que se instalara en España e hiciera propaganda en los diarios a favor de su país natal. En enero de 1891 llegó al puerto francés de Le Havhare y se trasladó a París quedando seducido por la urbe literaria, como diría Pio Baroja, la carrera de “rastacuero clásico” que llega a la ciudad de Baudelaire y Verlaine en la última década del siglo XIX para vivir la bohemia contada por Murguer y otros novelistas decimonónicos. 

Fecundo escritor, publicó más de ochenta libros y aproximadamente tres mil crónicas, convirtiéndose así, en el escritor iberoamericano más leído de su tiempo. Entre sus crónicas  de viaje están: La Rusia actual (1906) Grecia (1908) Fez la andaluza (1926) y de guerra, Campos de batalla y campos de ruina (1921) y En las trincheras (1922) Como crítico literario y de arte  escribió, Sensaciones de arte (1895) El Modernismo (1905) Las cien obras maestras de la literatura universal (1926)  La nueva literatura francesa (1927)  El alma encantadura de París (1902), El Japón heroico y galante (1912), La sonrisa de la esfinge (1913), Jerusalén y la Tierra Santa (1914), El Encanto de Buenos Aires (1914) y Vistas de Europa (1919)

En 1892 publicó su primer libro Esquisses (Esbozos), obra que meritó ser comentada por el crítico español Leopoldo Alas (Clarín) También publicó Las tres novelas inmorales: del amor, del dolor y del vicio  (1920) El evangelio del amor (1922) su novela más representativa, Bohemia Sentimental (1899) y Maravillas (1899) modificada en 1922.

Colaboró en importantes diarios y revistas de España, París e Hispanoamérica. Dirigió el diario El Liberal de España  (1916-1917) fue director de El Nuevo Mercurio (1907), la revista de Modernismo y Cosmopólis (1919-1921) la revista de literatura y crítica para América y España.  

En 1906 la Academia Francesa le concedió el premio Montyon por la traducción al francés de su obra El alma japonesa y por segunda vez, en 1917, por la traducción de En el corazón de la tragedia. En 1906 el gobierno de Francia lo nombra Caballero de la Legión de Honor y posteriormente Comendador.

Murió en París el 29 de noviembre de 1927. Sus restos se encuentran en el cementerio de hombres célebres, Pére Lachaise, en París. En 1966, el Alcalde de la Ciudad de Guatemala, Ramiro Ponce Monroy, cambio el nombre del Parque Concordia por el de Parque Enrique Gómez Carrillo, en donde se colocó su busto, en bronce, obra del escultor guatemalteco Rodolfo Galeotti Torres.


Lo bohemio y burgués en la Bohemia Sentimental de Enrique Gómez Carrillo.

Enrique Gómez Carrillo en su Bohemia Sentimental el tema del escritor empobrecido que no tiene otra alternativa que la de recurrir a un rico mecenas aburguesado a vender su trabajo. En cada línea el lector conoce a través de las impresiones de Gómez Carrillo las peripecias que afrontan los artistas que llegaban a París con la intención de vivir de la bohemia y de promocionar sus obras literarias. En la novela prevalece el ambiente bohemio y juvenil: “se habla de juventud, de bohemia y de bohemios, de chicas alegres que se enamoran de los amigos de sus amantes; de poetas de veinte años que tienen apetito y que no por eso pierden el buen humor; de esperanzas y desesperanzas, de todo lo que constituye, en fin, el carácter pintoresco de la vida literaria”.

El mismo Gómez Carrillo nos dice que Bohemia Sentimental es: “la novela de mi bohemia y de mi París” como resultado de esas palabras se descubre en el texto el reflejo de las lecturas de juventud de nuestro autor en especial las Scénes de la vie  de boheme de Henri Murger. Sobre este aspecto, Aroldo Solórzano en su ensayo “La bohemia triunfante de Enrique Gómez Carrillo” comenta:

“Este libro tuvo profunda influencia durante las últimas décadas del siglo XIX, no solamente en nuestro escritor, sino en toda una generación de artistas europeos y americanos, quienes se lanzaron en hordas a las grandes urbes para emular las peripecias de los personajes murgerianos” (213)

Por eso no es de extrañar que Luciano Gramont nuestro personaje protagonista de Bohemia Sentimental, nos recuerda al propio Murger que tras la muerte de su madre inicia una vida desordenada. El escritor francés para subsistir en el Barrio Latino tuvo que emplearse como redactor de artículos que apenas le daban ganancias para mal vivir. Al respecto, José Luis García Martín en su edición de En plena bohemia de Enrique Gómez Carrillo, señala que la bohemia ha sido un tópico literario recurrente antes y después de Henri Murger. Por esa razón, hay que volver a apuntar que Enrique Gómez Carrillo arribó a París con las lecturas de Murger y de otros autores franceses. Fue precisamente en el libro de Murger que leyó sobre la odisea de cuatro jóvenes bohemios que formaron un círculo  al margen de la sociedad burguesa que cobraba cada vez más fuerza. En las páginas de Scènes de la vie de bohème acompañó en sus aventuras al poeta-dramaturgo Rodolphe, al pintor Marcel, al músico Schaunard y al filósofo Colline. Enrique Gómez Carrillo se identificó con sus vidas miserables y pensó que a su llegada a París retomaría las andanzas de sus inseparables amigos de ficción. Por lo tanto, realidad y ficción conformaron una dualidad sin líneas divisorias en la mentalidad de nuestro autor. 

Como ya señalamos, los textos que absorbió en su juventud lo llevaron a idealizar la Ciudad Luz viéndola a través del prisma de la literatura. Entonces, cuando se reúne con otros guatemaltecos estudiantes de Medicina que vivían en París y no comparten con él la existencia de la bohemia, se molesta al grado de argumentar: “— Si esto es París, si esto es el Barrio Latino –les decía−, los libros me han engañado. Yo no veo sino aburrimiento, pedanterías, miserias ambiciosas, sordidez pretensiosa, egoísmo pequeño… No he visto aún una escena alegre, no he oído aún una risa loca en tales asambleas.” (Treinta años de mi vida 163). 

Por supuesto, no es de extrañar que esas palabras dejaron un mal sabor en el guatemalteco porque es un primer choque con las opiniones un tanto estereotipadas que tienen los burgueses. Sin embargo, no sólo renegaban de la bohemia los estudiantes de Medicina, el nicaragüense Rubén Darío, que en un tiempo era fiel admirador de la bohemia llegó a ofenderse si lo llamaban bohemio. Lo mismo sucedió, según José Luis García Martín, con los españoles Pío Baroja, Julio Camba y Melchor de Almagro San Martín que negaban la existencia de la llamada bohemia. Sobre Rubén Darío, Gómez Carrillo lo cita en la dedicatoria de Bohemia sentimental: “¡Bohemio yo! — gritaba con tono fiero el autor de Azul. ¡Pues no faltaba más! Los bohemios no existen ya sino en las cárceles o en los hospitales…En nuestra época, los literatos deben llevar guantes blancos  botas de charol porque el arte moderno es una aristocracia”.

Enrique Gómez Carrillo en su crónica “La bohemia eterna” que aparece en El primer libro de las crónicas habla de Henri Murger, de su novela, de los personajes y del impacto que este libro tenía en los burgueses: 

Y los burgueses parisienses, que siempre han tenido por aquel librito   inofensivo un horror sin límites, se preguntan con gran inquietud si  esta resurrección literaria que viene después de las moratorias es un   signo de los tiempos y si la moda de no pagar al casero va a volver…   Porque en el fondo, el único pecado mortal contra la sociedad que   cometen los  Marcelos, los Rodolfos, los Colines y los Schaunard se reduce a no pagar las deudas.” (Antología de Enrique Gómez Carrillo   111). 

Con estas palabras queda establecido el rechazo por parte del guatemalteco a los prejuicios burgueses. Individuos que atacaban con su retórica estridente a los artistas y literatos acusándolos de vagos. Además, en esa crónica reiteradamente Gómez Carrillo afirma que “la obra pecaminosa de Murger” (111) disgustaba a la burguesía. Ese comentario un tanto irónico demuestra la inclinación del príncipe de la crónica a favor de Murger y, su férrea oposición a las falsas ideas burguesas. No obstante, hay varios estudiosos de la obra de Enrique Gómez Carrillo entre ellos Christián H. Ricci, que opina que la bohemia del guatemalteco era una acomodaticia.  El Catedrático Asociado de la Universidad de California asevera que aunque en su juventud el cronista vivió “una bohemia libresca-mürgueriana” (“La miseria de Madrid del guatemalteco… 81) era una bohemia al estilo de un “Rey Burgués” porque fue: “subvencionada por la pensión que regularmente recibía primero de Rafael Barillas y luego de Estrada Cabrera (El señor presidente de Miguel Asturias); una bohemia que le permitía vivir como un dandy…” (81).

En este trabajo no pretendemos hacer un análisis profundo sobre la burguesía y sus alcances a niveles históricos. Sin embargo, vale la pena mencionar que uno de los preceptos básicos de esta clase social es el poder adquisitivo que el dinero puede brindar. El filósofo y académico francés Alain de Benoist en su artículo “El burgués: paradigma del hombre moderno” sostiene que en la clase burguesa es el dinero el que cobra un papel importante y existe en función de la compra y venta. Plantea que con la burguesía los valores espirituales se trastocaron y “La codicia de la ganancia se considera en lo sucesivo una virtud” (43). Como resultado, mientras más dinero una persona posee, mayores serán las oportunidades que tendrá de escalar socialmente. 

Es por eso que advierte que el siglo XIX “es la época del burgués grotesco, del que se mofan los románticos, los artistas, la bohemia” (48). Justamente, eso es lo que hacen los bohemios de Enrique Gómez Carrillo en Bohemia sentimental, utilizar al burgués, sacarle dinero y menospreciarlo porque René Durán con todo su poder adquisitivo no puede comprar el buen gusto. Para Alain de Benoist, el burgués es una especie de Proteo, de hombre  que cambia constantemente de ideas y afectos; es el nuevo rico al que: “Se le reprocha su culto del dinero, su gusto por la seguridad, su espíritu reaccionario, su conformismo intelectual, su falta de gusto” (49). En consecuencia, el burgués será considerado un: “filisteo, egoísta, mediocre” (49) al que se le tipifica y caracteriza como: “explotador del pueblo, nuevo rico carente de distinción, como saciado notable, como satisfecho cretino” (49). 

Volviendo al tema de la bohemia, en el prefacio de Scènes de la vie de bohème  Murger plantea que la bohemia es un estado mental que tiene diversos matices y contextos. En primer lugar, la bohemia ignorada es según Murger la más numerosa porque está formada por: “los artistas pobres, fatalmente condenados a la ley del incógnito porque no saben o no pueden encontrar un rincón de publicidad para atestiguar su existencia en el arte y por lo que son ya probar lo que podrían ser algún día” (Escenas de la vida bohemia 12). En esta categoría Murger incluyó a: “los obstinados soñadores para quien el arte es una fe y no un oficio; gentes entusiastas, convencidas, a quienes la vista de una obra maestra es suficiente para dar fiebre, y cuyo corazón leal late agitadamente ante todo lo que es bello, sin preguntar el nombre del maestro ni de la escuela” (12). Estos bohemios son los promotores del arte por el arte, los que muchas veces son explotados por los burgueses.

Eran esos los bohemios que Enrique Gómez Carrillo anhelaba encontrar en las calles parisinas cuando llega a París, hacia el 1891, proveniente de Madrid. Manuel Aznar Soler propone en su ensayo “Bohemia y burguesía en la literatura finisecular” que: “La bohemia como fenómeno sociológico aparece vinculada a la sociedad romántica francesa y se desarrolla con fuerza creciente en el París del segundo imperio” (75). Aznar Soler apunta que El Barrio Latino fue el centro de reuniones de: “la bohemia artística y literaria europea e hispanoamericana” (75). Como el protagonista de su Bohemia sentimental, Gómez Carrillo comenzó a acudir a los círculos artísticos reunidos en los famosos cafés de Montmartre donde se conversaba sobre literatura y arte. Pero, no fue fácil darse a conocer entre esos grupos de artistas que en muchas ocasiones eran igual de elitistas que los burgueses. De su asidua visita a los cafés parisinos Enrique Gómez Carrillo en su crónica “El último café literario” comenta: “Por mi parte, yo, que era parroquiano del Calisaya, ya he encontrado, a veinte pasos, el nuevo lugar ideal para pasar ese par de horas que todos consagramos en París a <<charlar>> el aperitivo. Porque aquí el vermut, el jerez, el ajenjo, no se beben. Se charlan” (97). 

El escritor Luciano Gramont en Bohemia sentimental se ha hecho a la idea de que puede triunfar en París y más aún, que logrará vivir de su literatura: “Lo deseaba con tal ardor, que ni siquiera se atrevía a esperarlo. ¡Vivir de sus libros, de sus artículos, de sus poemas, de sus comedias! ¡Escribir día y noche y luego comer! (8). Al igual que los personajes murguerianos, Luciano Gramont descubre que la realidad es muy dura y distante de lo que dicen los libros: “Lo que lo amedrentaba era la situación en que se veía desde que, veinte y cuatro horas antes, habíasele acabado el dinero que su familia le enviaba cada fin de mes” (3). Conversando con su amigo Emilio, Luciano acepta que son simplemente dos bohemios sin dinero y con hambre. Es entonces cuando Emilio le informa que esa tarde van ir a comer a la casa de un amigo suyo muy rico. Es ésta la primera mención que se hace del rico burgués René Durán que tiene el dinero suficiente para comprar y pagar el arte:  

— ¡Eureka! Esta tarde vamos a comer como príncipes, en esa casa   que está allí en la esquina. ¿Tienes apetito? Vamos a comer, te digo.   Mira la casa: en ella vive un millonario amigo mío que almuerza todas   las mañanas, y que cena todas las noches, y que dispone siempre de   un portamonedas lleno de piezas de oro, y que es muy tonto…    (Bohemia sentimental 3) 
René Durán, tiene dinero pero carece de talento es por eso que Emilio se burla de él llamándolo tonto: “— ¡Oh, muy tonto, muy tonto! ¡Pero tan rico! Figúrate que hace apenas dos meses me dio veinte duros por un soneto que luego he visto publicado con su firma en varias revistas. Tú debes de conocerle: se llama René Durán y compra versos... (Bohemia sentimental 4)
Cuando Emilio y Luciano entran a la casa de René Durán, una vieja criada los lleva a “un saloncillo amueblado con mucho lujo, pero con poco gusto” (4). Esta es una clara referencia a que los nuevos burgueses manejan cantidades exorbitantes de dinero pero aun así, no pueden comprar el buen gusto para decorar sus casas. Fue precisamente Emilio el que le presentó a René Durán a su amigo Luciano Gramont: “—Señor Durán: Le traigo a usted a don Luciano Gramont, poeta cuyo nombre ha llegado, sin duda, a sus oídos, y que deseaba tener el honor de conocer a usted personalmente. Digo personalmente, porque ya como poeta le conocía y le admiraba a usted, lo mismo que todo el mundo” (4).   Estas palabras le resultan muy halagadoras a René Durán pero francamente son parte de un discurso que sólo complace al señor burgués. Aunque parezca risible, nunca antes Luciano había escuchado el nombre René Durán y mucho menos lo conocía en persona. Irónicamente, René se refiere a sí mismo como artista y ataca a la burguesía: “−Nosotros, los artistas −decía−, tenemos el deber sagrado de no escuchar los consejos embrutecedores que nos da la burguesía. Mirando siempre hacia adelante, encontramos nuestra ruta de Damasco en la contemplación de nuestros ensueños espléndidos de bohemia” (4-5). La charla literaria continúa y Luciano se sentía abrumado con todo lo que escuchaba. Un narrador en tercera persona omnisciente cuenta que: “Luciano se sentía como sobre ascuas. El aplomo de su amigo que, no teniendo diez céntimos para comprar un panecillo, invitaba a comer a un millonario, parecíale criminal, y la actitud de ese señor que compraba sonetos para firmarlos, que hablaba de arte con frases vacías… figurábasele el colmo del  más odiado esnobismo” (5-6).

Durante la conversación, René menciona que en su casa vive una amiga artista que lo “ayuda a soportar las tristezas de la vida” (5). Más adelante en la novela, Luciano y Emilio (a quien llama Luis a partir de la visita que le hacen a René Durán) comentan que los poetas para subsistir en París tienen que vender su arte y las modelos el cuerpo. Después de conocer a René Durán, Luciano se juró no volver a pisar su casa: “Si no fuese porque tengo hambre −pensaba−, me marcharía más corriendo que andando. Y aun con hambre y todo, creo que me iría, a no ser por ese desvergonzado de Luis, que ya está aquí como en su casa y que explota la imbecilidad humana en beneficio de nuestros pobres estómagos”(6). Una de las cosas que más molesta a Luciano es que René se atreve a autodenominarse bohemio: “Lo que sí me juro, con más solemnidad de la que nuestro anfitrión emplea para llamarse a sí mismo bohemio, es que no volveré nunca a entrar en este ridículo salón. ¡Pues no faltaba más! ¡Ah, no!, de ninguna manera, ¡jamás!...” (6). El aburguesado René quería demostrarle a sus invitados que vivía de su trabajo por eso: “Increpaba a los editores por lo mal que pagaban y quejábase amargamente de lo mucho que era necesario producir para vivir con modestia” (7). Peor aún, René Durán llegaba al límite de la desvergüenza al indicar lo que ganaban otros escritores: “Zola gana mucho porque más que un artista es un mercader,… Naná le produjo trescientos mil francos. Ohnet gana más todavía, pero ése ya es un verdadero tipo de judío explotador, que con veinte dramas imbéciles, logra amasar una fortuna de diecisiete millones” (7-8).  Fue en el almuerzo que Luciano Gramont conoce a Violeta de Parma, amiga de René Durán que aspiraba a convertirse en una de las mejores actrices de teatro. A los quince años, Violeta había sido modelo de un pintor pero no era famosa. Es entonces cuando decide sacar ventaja económica del rico burgués: “Así, cuando René Durán le ofreció, una noche, hacerla entrar en un teatro, creyó ver el cielo abierto ante sus ojos y figuróse que comenzaba a ser dichosa” (21). Para ella es triste aceptar que: “Lo que le importaba era que René la hiciese admitir en un teatro, que le comprase trajes… Lo que le interesaba en él, era el dinero y la influencia” (23). Continuamente, hay serios roces entre la artista Violeta y el vanidoso burgués porque: “Él era serio; ella era ligera; él tenía opiniones; ella no tenía más que fantasías; él amaba el silencio; ella vivía enamorada de la actividad” (25). Las discrepancias aumentaban porque René se negaba a aceptar que no tenía talento, que no era un buen escritor. Aparte, para Violeta, René Durán era simplemente un hombre vulgar pero adinerado.

Cuando Luciano se enfrenta con la realidad de vivir en la miseria la única opción que tiene es seguir los consejos de su amigo Luis: “permitir que René Durán firmase con él una de sus comedias dar, á un señor ridículo, la mitad de su trabajo en cambio de un poco de protección; someterse, en suma, y comenzar á ser algo comerciante” (14). Con tristeza, Luciano “… cogió, entre sus papeles, un drama en tres actos, en cuya portada agregó, después del suyo, el nombre de Durán” (15).  Como otros artistas, Luciano no estaba preparado para lidiar con un grupo social que basaba el éxito en la compra y venta. En su mayoría, los burgueses eran negociantes y comerciantes a los que sólo le interesaba incrementar sus arcas económicas. Estos burgueses utilizaban a los artistas para beneficio propio. Por eso, René Durán está interesado en una obra de Luciano pero él seguía reacio a entregársela ya que “no quería que otro firmase su drama, eso nunca… (38). 

Continuamente, Luis le recuerda a Luciano que no tienen dinero para comer y que la única alternativa es arreglarse con Durán: “¿Qué te importa sacrificar un drama? Hoy me ofreció darte mil francos en cuanto le entregues el manuscrito y dejarte, luego, todos los productos de las representaciones” (39). A René, según Luis, sólo le interesa alcanzar la fama. Luego de pensar en las palabras de Luis y darse cuenta que sólo tienen diez duros, Luciano se decide a entregarle una obra a su amigo: “—Aquí está: te lo regalo: tu cobrarás el dinero y me darás de comer durante algún tiempo. Te doy mi palabra de que si al fin me decido, es por ti, por no hacerte correr más de casa de Durán a mi casa, porque logres, al fin, beberte todo un café y comerte un restaurante entero” (40). Después de confiarle el manuscrito, Luciano pensó en todo lo que iba a hacer con los mil francos que René Durán le iba a pagar: “Con mil francos se podía, en rigor, comer mil días, tres años. Sin ir tan lejos, trataría de ser económico, de vivir algunos meses sin amarguras miserables, almorzando humildemente, pero almorzando siempre… Y pagaría algunas deudas…” (40).  Por unos instantes, Luciano estuvo fantaseando pero luego vuelve a la realidad cuando recuerda que dividir mil francos entre él y Luis no alcanzaría para mucho: “Un duro era una fortuna en ciertos casos; mientras que mil francos, doscientas veces un duro, no bastaban ni aun para realizar durante un solo día el más modesto ideal de riqueza y esplendor” (42). Mientras tanto, René Durán se jactaba con sus amigos y quería celebrar la aparición de su primera obra dramática: “René Durán había invitado a comer, en un restaurant del Bosque de Bolonia, a algunos de sus amigos… y deseaba también que su colaborador conociese a los actores que iban a interpretar su comedia” (42).  Para René Durán, Luciano era su colaborador ya que nadie sabía que era él quien verdaderamente había escrito la pieza. A su vez, Luciano y su amigo Luis disfrutaban el espectáculo que ofrecía René para sus amigos con quienes presumía su ingenio. René, por su parte, conversaba con Luciano y le explicaba quienes interpretarían los papeles en la obra dramática: “— Verá Ud., decía: Violeta representará el papel principal y si no se aparta de la ruta que yo le trazo, conseguirá un éxito sin precedentes…” (47).

Como dato curioso hay que apuntar que los personajes de ficción de Bohemia sentimental  a su vez viven los papeles que interpretan en el  drama  escrito por Luciano. En su obra, éste presenta una situación de bigamia inconsciente. La heroína llamada Laura, se divorcia de su primer marido y se casa con un hombre muy elegante. Más tarde, al encontrarse con su ex - marido descubre que su cerebro:   “no se acostumbra a la idea del divorcio; porque, en el fondo, sigue creyendo que su marido verdadero es el primero,…” (48). Asimismo, Violeta quien tendrá a su haber la interpretación de Laura, según avanza la novela se desilusiona del señor burgués René Durán y termina en los brazos del bohemio Luciano de quien se enamora perdidamente. Cuando Violeta le pregunta cuál será la impresión que causará su actuación, Luciano le contesta: “—De usted y de sus nervios. Ayer fue usted admirable al principio; pero luego se enfrió y volvióse indiferente. Para interpretar bien a nuestra heroína, es necesario ponerse su piel y su alma; sentir como ella aunque no sea sino en la escena; ser algo cruel, algo viciosa y muy apasionada” (89). 

Otro de los temas similares que comparten las novelas Bohemia sentimental y El juego del ángel es la insatisfacción sexual de las protagonistas.  Violeta Parma es una mujer pasional que continuamente experimenta estados depresivos porque vive con un hombre frío y calculador que no la complace emocional ni sexualmente. René Durán está ensimismado en sus deseos de convertirse en un gran escritor. Para él, Violeta es sólo una compañera con la que comparte intereses literarios. Cuando Violeta finaliza de leer dos veces la pieza de Luciano Gramont, va a sentarse en las piernas de Durán y le pregunta si lo molesta. Muy tranquilo él le contesta: “—No — repuso Durán— no me molestas; ya sabes que te quiero mucho” (49).   Acto seguido el narrador cuenta que el señor burgués: “…en seguida comenzó a hablarle de su comedia, de su teatro, de su colaborador, de lo único que interesaba entonces a su imaginación egoísta” (49). Violeta trata de seguirle la corriente pero realmente: “Lo que quería en ese momento, no era charlar de literatura, sino de sí misma y de él” (50). Ella sólo deseaba que “… la mimasen, que la acariciasen, que la halagasen: necesitaba que le hablaran al oído, rozándola en la nuca con el aliento fogoso de una boca enamorada; anhelaba que le dijeran palabras amables y frívolas, que le murmurasen diminutivos deliciosamente disparatados” (50). Eróticamente el narrador añade: “Una humedad muy leve, imperceptible casi al tacto y que ella sentía empero con gran intensidad ablandaba su piel” (50). Entonces le pide a René: “vamos á acostarnos” (50) a lo que éste tranquilamente contesta: “—Acuéstate tú porque yo tengo aún que escribir algunas cartas… anda…” (50).   Su respuesta fue como si le arrojaran un recipiente de agua fría al cuerpo. Violeta se sintió humillada y pensó que estaba mendigando unas míseras caricias, el narrador relata: “Ante tal respuesta, el cuerpo largo y flexible de la actriz irguióse en un movimiento rápido, y sus ojos, variables como las piedras de la luna, tornárnose verdes. Era la primera vez que se sentía humillada ó, por lo menos, era la primera vez que ella misma provocaba inocentemente la humillación” (51). Lamentablemente, Violeta tiene que reprimir su sexualidad y para dominar “la bestia que latía en sus arterias” (52) ingiere éter, como anestésico,  para poder caer en un estado de somnolencia y olvidar así la vergüenza a la que había sido sometida por su pareja.

En conclusión, desde la óptica de una mujer que vive en el siglo XXI, puedo afirmar que Enrique Gómez Carrillo con sus crónicas de viaje, de moda, con sus novelas y cuentos, con sus artículos periodísticos seguirá fascinando a todos los que nos hemos dado a la tarea de escudriñar cada uno de sus escritos.  Y es que resulta apasionante saber que en sus andanzas parisinas compartió bohemia con el francés Gaston Leroux, autor de Le Faontôme del’Opéra (El fantasma de la Ópera). Que coincidió con los españoles Manuel Machado y Alejandro Sawa, el príncipe de la bohemia, el Max Estrella de Valle Inclán. Que entre sus vivencias, recorrió los cafés de Montmartre, disfrutó de los espectáculos de las bailarinas del Moulin Rouge y de los carteles originales de Toulousse Lautrec.




Información reunida por:

Margarita Carpio Alarcon




Referencias:
Aznar Soler, Manuel. “Bohemia y burguesía en la literatura finisecular”. Historia y  crítica de la literatura española: Modernismo y 98. Barcelona: Grupo  GrijalboMondadori, 1994.
Benoist, Alain de. “El burgués: paradigma del hombre moderno”. Trad. Gabriel  Morante.  www.manifiesto.org. p. 41-60.
Gómez Carrillo, Enrique. Bohemia sentimental. 1899. París: Librería Americana,  1902.
---.  En plena bohemia. Ed. José Luis García Martín. Gijón: Llibros del Pexe, 1999.
---. “El último café literario”. Antología de Enrique Gómez Carrillo. Guatemala: Artemis Edinter, 2004, 97-109.
---. “La bohemia eterna”. Antología de Enrique Gómez Carrillo. Guatemala: Artemis  Edinter, 2004, 111-125.
Ricci, Christián H. “La miseria de Madrid del guatemalteco Enrique Gómez  Carrillo: esperpento, dandismo y bohemia”. http://bama.ua.edu, p.71-93.
Solórzano, Aroldo. “La bohemia triunfante de Enrique Gómez Carrillo”. Cultura de  Guatemala. Año XXVII, volumen III, septiembre-diciembre 2006. p. 213-229.

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